viernes, 31 de octubre de 2008


Hipotermia nunca más

Nunca me sentí mejor; fue el primer pensamiento, cuando por fin pude pensar. Cuando la sangre volvía a sus torrentes comunes y habituales, y cuando la piel se suavizaba al calor de unas pequeñas brazas. Inhalé el vapor que salía de tu piel, cuando el frío ya no era nuestro verdugo. Preparé una taza de café y la amargura se hizo vida en mis labios cuando probé la delicada textura de lo líquido.

En un calor poco familiar, luego de pasar días intentando mudar la apariencia de hombre muerto y desconsolado. Cuando entre murmullos de la noche estrellada y un dolor inexplicable saliendo de mi pecho pude clamar a tu ser, intentando tomar por ventura un poco de tu piel suave y delicada y robarte así la misma vida que en su momento estaba yo perdiendo.

¡Mejor muerto que seguir suplicando a mi verdugo! Mejor que me acabe antes de soportar este tormento. Pero la luz salvadora de tus ojos me despertó de la pesadilla de mis lamentos. Y allí estabas tu, blanca y hermosa como la misma claridad de la mañana. No había duda, aún existía esperanza, aún podía gritar sin abrir mis labios, suplicando una limosna de vida, sin saber que a mi cuerpo rescataría la riqueza de tus besos y la fortuna de tus caricias.

Liberación, alegría y gozo incomparable... Lo negro no era más negro y la luz era mi camino. Los cielos que antes me golpeaban desde lo alto con sus fuertes vientos, eran los que acogían mi alma aún viviente, entre los escombros de mi desesperación.

Sentía nuevamente el fluir de mis pulmones, mientras abandonaba aquel rostro pálido y endurecido por los implacables golpes de un frío total. Estiraba yo mis dedos en señal de vida y con la emoción más grande que los mortales conocemos. Seguías tu a mi lado, abandonando un poco de tu escencia, muriendo un poco quizá, y vivificándome al sonar de un latido.

Colocado en un lugar pequeño y caluroso, no podía yo pedir más vida que esta. Recostado sobre tu alma bajo las caricias de tus sueños. Todo un hombre era vuelto al calor de las mañanas, después de haber sido desterrado del imperio de la luz. Acordaba entonces mi mente y mi corazón nunca más regresar a ese espeluznante vacío, donde ni la mar ni la tierra querían estar, donde el más pequeño de los movimientos era un golpe frío e insolente.

Ayer dejé mi muerte escaparse para no volver a verme la cara, y hoy renuncié al falso placer de la noche, con tal de no perder de vista una vez más mi estrella, la estrella lejana que descendío a este mundo, a dejar media vida para devolver una entera.

Hoy digo entre una sonrisa incrédula y un suspiro regalado... Hipotermia nunca más.


Para Shirley

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